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2013-02-13

WORKING GIRL

Trabajar en el turno de la noche con la mitad de las luces fundidas = migraña.
Tener que desplazarme 5 pisos para llegar al baño más cercano = infección urinaria.
Llegar a mi trabajo y ser escupida por un estudiante =
 ¡NO TIENE PRECIO! 
 Y así pretenden los motivadores (coachs en la jerga empresarial actual)  que brindemos buen servicio, que sonriamos todo el tiempo y que servir sea un placer....

Las condiciones en las que he trabajado el mes más reciente me han hecho reflexionar sobre lo que me hacen sentir las conferencias sobre “Servicio al Cliente” a las que he asistido en mi vida. La sensación se podría traducir en frustración ya que los conferencistas siempre omiten considerar a los seres humanos que somos ‘los servidores’. Es decir, siempre dejan por fuera a la mitad de los componentes de la ecuación del servicio, siempre se cosifica al prestador de servicio negándole toda posibilidad de autonomía en el ejercicio de su tarea. ¿Por qué considero que se nos convierte en cosas? Por la sencilla razón de que en la prestación del servicio no hay lugar para considerar la dignidad humana de quien lo presta. 

Hace un par de meses una de estas motivadoras profesionales hablaba de la ridiculez del servidor que se queja de algunas consecuencias esperables y normales de su trabajo. Ella hablaba de un médico que se molesta por que una parturienta grita mucho o porque durante la cirugía se le mancha la bata de sangre. Sin embargo, yo no comparto el juicio de ‘ridiculez’ hacia el justísimo malestar de quienes somos servidores cuando nuestros ‘clientes’ se acercan arrogantes a exigir que cumplamos con nuestra tarea como si fuéramos sus esclavos. A mí me ofende la insinuación de que es ridículo quien trata de hacer cumplir las normas y los procedimientos. 

Yo comprendo el servicio como un aspecto fundamental de las transacciones en donde una de las partes se define como ‘cliente’ y la otra como ‘servidor’. Sin embargo, en mi opinión, dichos conceptos no tienen cabida en una institución de educación superior ya que, al menos en mi área de trabajo, no se venden artículos ni quienes actúan como ‘clientes’ están pagando por que yo ejerza mi labor a diario. Además, teniendo en cuenta el carácter público de la institución, no es cierto que el monto que los alumnos pagan por concepto de matrícula sea lo que permite que yo le dé de comer a mi familia diariamente, como me lo enrostraba una majadera estudiante hace varios años. En una institución pública los salarios se pagan con presupuesto del Estado; así que, en lo que tiene que ver con ‘dependencia’ monetaria, no debo rendir pleitesía (ni estoy obligada a dejarme maltratar) a ninguno de mis ‘clientes’. 

Permítaseme decir aquí (¿dónde más, si este es mi blog y mi casa en la internet?) que quienes trabajamos en el área administrativa de una institución educativa también estamos contribuyendo a la formación de futuros profesionales. Por lo tanto, yo, desde mi labor, tal vez no pueda enseñar a los estudiantes el análisis de circuitos, la fisiología, el derecho, los métodos de investigación o cualquiera de las materias formales que aprenden en las aulas de la Alma Máter. Sin embargo, como persona sí que puedo enseñarles el respeto, la madurez que implica conocer y acatar ciertos códigos de comportamiento adecuados a cada espacio ...¿o me van a decir que también soy ridícula por molestarme cuando un joven adulto de 20 años o más escupe con la intención de que su esputo me caiga a mí y luego me mira con odio asesino como si yo le hubiera hecho quién sabe qué ofensa?.
 

2013-02-06

UNA HERENCIA INESPERADA

Acababa de crear este blog cuando me llamó MyLady (1) a contarme que compró un frasquito de perfume y que me lo piensa regalar. Ella compra aquellos combos de imitaciones de fragancias famosas que venden de 4 por $20.000, detalle que le agradezco porque siempre me da el que menos le gusta o de plano me pregunta cuál quiero antes de elegirlos. 

Su llamada y la sincronicidad con el nombre del blog me hicieron recordar a mi abuelita Bibidi Babidi Bu (2), que fue su inspiradora y de quien espero que su espíritu siga iluminándome desde el cielo donde merece estar.

Bibidi Babidi Bu fue, como casi todas las mujeres de su época y clase social, una mujer desposeída. Dura palabra para calificar a una persona a la que quiero tanto pero es la que mejor la describe. Siendo una mujer casada, ella no poseía absolutamente nada de lo que la rodeaba: la casa en la que vivía había sido comprada con el dinero de mi abuelo, al igual que su ropa, los alimentos que cocinaba para la familia, etc. De la misma manera me atrevería a decir que mi abuela no poseía sus ideas, ya que a partir de 1954 se le permitió elegir al presidente de la república pero -por supuesto- ella votaba por el que mi abuelo dijera. Ni hablar de expresar una opinión sobre la crianza de los hijos o participar en las decisiones de cómo llevar el hogar.

¿Qué podría yo haber heredado de una mujer desposeída? Tal vez lo único que le fue permitido cultivar y apropiarse: su forma de ser, su manera de estar en el mundo como toda una dama (que también motiva el apodo de mi madre). Una de sus enseñanzas más significativas fue la de que una mujer que se preciara de tal nunca saldría de su casa sin llevar encima "aretes, perfume y pañuelo". Lema que yo he modificado para darle la fuerza de tres letras 'P' y además me serví de la doble significación de los pendientes como joyas o como aquello que está aún sin terminar.

Valga esta entrada como póstumo homenaje a mi abuela Bibidi Babidi Bu, dama cachaca de las que ya no se ven y permítaseme suplicarle aquí que me siga enseñando cómo tratar bien a las personas sin importar quiénes son ni de dónde vienen. 

Ahora iré a casa de MyLady a elegir un perfume que enloquezca caballeros...

Notas:

(1) MyLady: es el apodo que le tenían en su colegio a mi madre, por sus modales recatados que sobresalían entre el desorden adolescente de los tempranos años 70.

(2) Bibidi Babidi Bu: la cancioncilla mágica del Hada Madrina de Cenicienta en la película de Disney. Así, tierna y mágica era mi abuelita que ya no está con nosotros.

LA FERIA DE LAS VANIDADES

Hace un tiempo, alguien que sabe de Astrología afirmó que en mi Carta Natal hay una configuración que favorece las cirugías plásticas. Es decir, embellecimientos interesantes poco necesarios para el correcto funcionamiento de mi organismo. A pesar de que esto me lo hubiera podido decir solo con mirarme sin necesidad de hacer referencia a mi Venus en el Medio Cielo; no le creí a la Astróloga (exceso de autoestima de la suscrita) y por lo tanto, no le puse más atención ni volví a acordarme de la profecía que pesaba sobre mí, cual Lord Arturo Saville desmemoriado.

Años después, sin embargo, me vi utilizando un dinero que podríamos catalogar como 'ganancias ocasionales' en la Clínica del Doctor Rincón con el fin de realizarme la cirugía refractiva que permitía a mis ojitos volver a su normal exhibición sin las gafas que me daban aspecto de bibliotecaria nerd (pregunta mi inconsciente ¿hay algo más clichesudo que una bibliotecaria nerd?).

Cualquiera hubiera pensado que la cosa terminaría allí ya que dicha cirugía tenía su propósito: necesito ver bien porque imagínese una lazarilla miope*.

Decía mi abuela: "untado el dedo, untada la mano"... y, por supuesto, la nietecita tenía que untarse íntegra... No sé si haberme hecho la ortodoncia con un par de coronas de titanio incluidas califique como cirugía estética pero allí estaba yo hace un año (gracias a otro dinero que también llegó como ganancia ocasional**) acostándome una vez por semana en la silla de la doctora Ibett para que ella hiciera su trabajo con meticulosidad de relojero y genio de artista y me dejara con una sonrisa digna de comercial de cremas dentales.

También para la ortodoncia tenía yo mi argumento: ¿cómo diablos voy a dejar de parecer bibliotecaria regañona (de nuevo pregunta mi inconsciente: ¿hay bibliotecarias que NO sean regañonas?) si me da vergüenza sonreir por mis dientes torcidos?
Antes de que me juzguen por dismorfofobia y en mi defensa, debo decir que yo ya no quería más cirugías y no se me habría ocurrido ninguna otra además de que me haría falta el dinero para llevarla a cabo. A menos de que me consiguiera un esposo traqueto o algo similar, lo cual no está dentro de mis propósitos.

Sin embargo, en 2012 a mi médica se le ocurrió por fin ponerme atención cuando le decía que fui adicta a las gotas para descongestionar la nariz durante varios años y me envió a otorrinolaringología... chachachán (leer con la melodía de la Quinta de Beethoven, por favor) Adivinen... ¡necesito cirugía de cornetes! Lo malo es que esta vez no hay ganancia ocasional así que, a pesar de mis deseos, mi naricita no va a quedar como la de Laura Moreno y me voy a tener que conformar con que me arreglen el daño de adentro y me dejen igual lo de afuera.

Quisiera dentro de poco tiempo poder respirar normalmente sin ladear la cabeza hacia la izquierda o darme golpecitos en la pared de la fosa derecha. Les contaré cómo sale esto a finales de febrero.  

A ver... ya llevo: ojos, dientes y próximamente nariz. ¿Será que dentro de poco tiempo me da por arreglarme delantera y retaguardia? ¿liposucción? ¿botox? ¡Aggghhh! me siento poseída por el espíritu de una cualquiera de las discípulas de Madame Rochy: ¿Quién se apunta para esposo traqueto que me pague las cirugías?

Notas:
* En mi vida anterior fui lazarilla secretaria asistonta compañera del Indiana Jones (1) de los ciegos, así que debía guiarlo (a ratos) por donde su aventurero espíritu lo llevara.

** El origen y el monto de dichas ganancias ocasionales no ameritan su declaración ante la DIAN, así que todavía no tengo que esconderme...por eso me hago las cirugías ¡ja ja ja!

(1) Indiana Jones: Personaje ficticio interpretado en el cine por Harrison Ford. Arqueólogo y profesor universitario que emprende viajes llenos de aventuras. Igualito a mi primer esposo, con la diferencia de que éste último carece de vista.