Se estaba terminando mi “Annus Horribilis” y ya casi me sentía yo
autorizada para cantar victoria frente al estertor de 2017 cuando este decidió
darme un gancho que casi me deja fuera por nocaut.
Era justo mi último día de
trabajo, Don Gato me azuzaba para
cerrar la sucursal de la Locademia de Bibliotecas y gozar juntos de uno de los
pocos atardeceres que nos permitió vivir 2017 uno al lado del otro. Mientras
caminábamos sin destino, me comentó que gracias a su nuevo trabajo se había
contactado con un grupo de académicos estudiosos de las plantas. Obvio, yo me
imaginaba un montón de viejitos con antiparras muy serios en plan José
Celestino Mutis diseccionando hojas, inflorescencias, nervaduras, rizomas y
demás. Don Gato me mostró un frasquito (igual a los de las esencias florales)
regalado por uno de dichos académicos que después resultó ser la Jane Birkin (1) caucana, con la
explicación de que era para relajarse, dormir bien y aliviar algunos dolores.
Yo, curiosa, se lo arrebaté, le
di 3 golpecitos secos en el culo (a la botellita, no a Don Gato) con la palma
de la mano y con todo mi entusiasmo me puse un chorrito de gotas mágicas debajo
de la lengua; tal cual como se hace con las esencias florales. Supuse que, al
igual que con las esencias, no sentiría nada extraño ya que: 1) relajada estaba
con el fin de año laboral, 2) duermo bien sin mayor esfuerzo así truene, llueva
o relampaguee a mi alrededor y 3) no tenía en ese momento dolores físicos qué
aliviar.
Mi alarmado felino me regañó con
su tradicional dulzura ya que la indicación de Jane Birkin había sido de sólo 1
o máximo 3 gotas, mientras que el chorrito que yo me había zampado cabían más
de 10. Entretanto yo no sabía si escupir
o seguir tragando ya que las gotitas aquellas no eran el líquido cristalino que
yo esperaba sino un fluido oleoso con sabor a tierra húmeda mezclada con
hierbas Sin embargo, no nos preocupamos mucho ya que nos acabábamos de
encontrar a Otto Man (2), compadre y
amigo entrañable de Don Gato.
La amistad de Otto y Gato es un ‘bromance’ cuyo inicio se remonta a la
década de 1990, así que siempre tienen tema de qué hablar por horas
interminables. Mientras conversábamos, Otto se fumó un par de Pielrojas cuyo
denso humo alcanzó a quemar unas cuantas de mis neuronas. Como es de rigor en
cualquier reunión de colombianos, la conversada implica “tomarse unas polas”,
las cuales degustamos en plena vía pública hasta que oscureció y seguimos
nuestro camino a casa.
Estábamos cenando cuando empecé a
sentir cierta rara inestabilidad de la silla en la que estaba sentada. Pensé
que había un sismo pero Gato lo negó rotundamente. Sin embargo, los movimientos
que yo percibía en mi silla emulaban los brincos de la pobre niña de El
Exorcista mientras que Gato me agarraba de donde podía. Mi angustia y mis
gritos iban in crescendo a medida que
sentía que perdía el piso.
Don Gato me bajó de la silla para
llevarme a la habitación en un camino que sentí tan extendido como ese eterno y
tortuoso año. A pesar de que yo tenía los ojos violentamente cerrados, mi
cerebro proyectaba imágenes de una desconocida calle oscura, sola y larga en
completo silencio. Al llegar allá, después de un trayecto que sentí prolongarse
por más de 2 horas (Gato aclaró que habían sido como 5 minutos), nos acercamos
a la ventana abierta para que yo respirara y me serenara. Las manos se me
entumecieron dolorosamente por la fuerza con la que me había agarrado de los
brazos de Don Gato para no caerme durante nuestra caminata entre el comedor y
la habitación. La sensación que experimenté cuando él abrió la ventana fue de
un frío intenso y vértigo irresistible a pesar de que nos encontrábamos en un
segundo piso bastante seguro.
Gato decidió ayudarme a acostar
en la cama mientras yo iba relatando a gritos todo lo que iba pasando por mi
mente: asociaciones sinestésicas de colores y sonidos en las que iban surgiendo
imágenes de las pinturas de Louis Wain (3)
mezcladas con partituras de sinfonías imaginadas como bandas sonoras de
magistrales películas, recuerdos antiquísimos que creía sepultados en mi
inconsciente y neologismos de palabras cacofónicas. Al asumir la posición
horizontal, mi mente alucinó un abismo infinito entre la cama y la pared (que
realmente estaban pegadas una a la otra) el cual me hizo volver al vértigo que me
había generado la ventana.
Entretanto, una mente
supraconsciente iba tomando nota de cuanto decía, daba cuenta de la
brillantez de cada asociación, de la impecable lógica de mis razonamientos y de
la genialidad artística con la que se iban concatenando las sensaciones y las
imágenes que yo concebía y expresaba sin filtros. De la misma manera, esa
conciencia-más-consciente se preocupaba de que esa repentina falla en la
auto-censura permitiera la salida de deslices y pensamientos que todos
preferiríamos que no se supieran por el bien de la corrección política
Cuenta Don Gato que todo aquello duró
alrededor de una hora y media. También afirma que “fue bonito” escucharme
desvariar y aquí es cuando hago un gesto de alivio ya que no escandalicé a mi
querido felino revelando mis pecados ni haciéndole presenciar escenas de borracha vulgar. Al
día siguiente amanecí plácida y lánguida como una pluma elevada suavemente por
el viento. No hubo dolores de cabeza, fotofobia ni nada parecido al popular
guayabo.
EPÍLOGO: Habiendo quedado
bastante confusa por la experiencia, se la relaté a Ken Titus esperando una
fenomenal reprimenda paterna por haber ingerido una sustancia que resultó ser
un psicotrópico. Sin embargo, él es original hasta en su forma de ejercer la
paternidad, así que lo que me respondió fue: “MÁNDEME EL FRASQUITO QUE YO
PRUEBO LAS GOTAS Y LUEGO HABLAMOS”.
Notas:
- Jane Birkin: actriz, modelo y cantante británica, célebre por su belleza y por su matrimonio con Serge Gainsbourg, cantante francés que escandalizaba con la sensualidad de sus composiciones. Son los padres de la extraordinaria actriz Charlotte Gainsbourg.
- Otto Man: personaje de Los Simpsons, el melenudo conductor del autobús escolar es un simpático adulto eternamente joven gracias a los efectos del cannabis y su actitud rockera.
- Louis Wain: pintor inglés presuntamente aquejado de esquizofrenia. Se dedicó a pintar gatos la mayor parte de su vida, sin embargo, en sus últimos años sus facultades deterioradas le hacían producir figuras psicodélicas de erizados felinos fosforescentes.