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2019-01-23

TRAINSPOTTING

Se estaba terminando mi “Annus Horribilis” y ya casi me sentía yo autorizada para cantar victoria frente al estertor de 2017 cuando este decidió darme un gancho que casi me deja fuera por nocaut.

Era justo mi último día de trabajo, Don Gato me azuzaba para cerrar la sucursal de la Locademia de Bibliotecas y gozar juntos de uno de los pocos atardeceres que nos permitió vivir 2017 uno al lado del otro. Mientras caminábamos sin destino, me comentó que gracias a su nuevo trabajo se había contactado con un grupo de académicos estudiosos de las plantas. Obvio, yo me imaginaba un montón de viejitos con antiparras muy serios en plan José Celestino Mutis diseccionando hojas, inflorescencias, nervaduras, rizomas y demás. Don Gato me mostró un frasquito (igual a los de las esencias florales) regalado por uno de dichos académicos que después resultó ser la Jane Birkin (1) caucana, con la explicación de que era para relajarse, dormir bien y aliviar algunos dolores.

Yo, curiosa, se lo arrebaté, le di 3 golpecitos secos en el culo (a la botellita, no a Don Gato) con la palma de la mano y con todo mi entusiasmo me puse un chorrito de gotas mágicas debajo de la lengua; tal cual como se hace con las esencias florales. Supuse que, al igual que con las esencias, no sentiría nada extraño ya que: 1) relajada estaba con el fin de año laboral, 2) duermo bien sin mayor esfuerzo así truene, llueva o relampaguee a mi alrededor y 3) no tenía en ese momento dolores físicos qué aliviar.

Mi alarmado felino me regañó con su tradicional dulzura ya que la indicación de Jane Birkin había sido de sólo 1 o máximo 3 gotas, mientras que el chorrito que yo me había zampado cabían más de 10.  Entretanto yo no sabía si escupir o seguir tragando ya que las gotitas aquellas no eran el líquido cristalino que yo esperaba sino un fluido oleoso con sabor a tierra húmeda mezclada con hierbas Sin embargo, no nos preocupamos mucho ya que nos acabábamos de encontrar a Otto Man (2), compadre y amigo entrañable de Don Gato.

La amistad de Otto y Gato es un ‘bromance’ cuyo inicio se remonta a la década de 1990, así que siempre tienen tema de qué hablar por horas interminables. Mientras conversábamos, Otto se fumó un par de Pielrojas cuyo denso humo alcanzó a quemar unas cuantas de mis neuronas. Como es de rigor en cualquier reunión de colombianos, la conversada implica “tomarse unas polas”, las cuales degustamos en plena vía pública hasta que oscureció y seguimos nuestro camino a casa.

Estábamos cenando cuando empecé a sentir cierta rara inestabilidad de la silla en la que estaba sentada. Pensé que había un sismo pero Gato lo negó rotundamente. Sin embargo, los movimientos que yo percibía en mi silla emulaban los brincos de la pobre niña de El Exorcista mientras que Gato me agarraba de donde podía. Mi angustia y mis gritos iban in crescendo a medida que sentía que perdía el piso.

Don Gato me bajó de la silla para llevarme a la habitación en un camino que sentí tan extendido como ese eterno y tortuoso año. A pesar de que yo tenía los ojos violentamente cerrados, mi cerebro proyectaba imágenes de una desconocida calle oscura, sola y larga en completo silencio. Al llegar allá, después de un trayecto que sentí prolongarse por más de 2 horas (Gato aclaró que habían sido como 5 minutos), nos acercamos a la ventana abierta para que yo respirara y me serenara. Las manos se me entumecieron dolorosamente por la fuerza con la que me había agarrado de los brazos de Don Gato para no caerme durante nuestra caminata entre el comedor y la habitación. La sensación que experimenté cuando él abrió la ventana fue de un frío intenso y vértigo irresistible a pesar de que nos encontrábamos en un segundo piso bastante seguro.

Gato decidió ayudarme a acostar en la cama mientras yo iba relatando a gritos todo lo que iba pasando por mi mente: asociaciones sinestésicas de colores y sonidos en las que iban surgiendo imágenes de las pinturas de Louis Wain (3) mezcladas con partituras de sinfonías imaginadas como bandas sonoras de magistrales películas, recuerdos antiquísimos que creía sepultados en mi inconsciente y neologismos de palabras cacofónicas. Al asumir la posición horizontal, mi mente alucinó un abismo infinito entre la cama y la pared (que realmente estaban pegadas una a la otra) el cual me hizo volver al vértigo que me había generado la ventana.

Entretanto, una mente supraconsciente iba tomando nota de cuanto decía, daba cuenta de la brillantez de cada asociación, de la impecable lógica de mis razonamientos y de la genialidad artística con la que se iban concatenando las sensaciones y las imágenes que yo concebía y expresaba sin filtros. De la misma manera, esa conciencia-más-consciente se preocupaba de que esa repentina falla en la auto-censura permitiera la salida de deslices y pensamientos que todos preferiríamos que no se supieran por el bien de la corrección política

Cuenta Don Gato que todo aquello duró alrededor de una hora y media. También afirma que “fue bonito” escucharme desvariar y aquí es cuando hago un gesto de alivio ya que no escandalicé a mi querido felino revelando mis pecados ni haciéndole presenciar escenas de borracha vulgar. Al día siguiente amanecí plácida y lánguida como una pluma elevada suavemente por el viento. No hubo dolores de cabeza, fotofobia ni nada parecido al popular guayabo.

EPÍLOGO: Habiendo quedado bastante confusa por la experiencia, se la relaté a Ken Titus esperando una fenomenal reprimenda paterna por haber ingerido una sustancia que resultó ser un psicotrópico. Sin embargo, él es original hasta en su forma de ejercer la paternidad, así que lo que me respondió fue: “MÁNDEME EL FRASQUITO QUE YO PRUEBO LAS GOTAS Y LUEGO HABLAMOS”.

Notas:

  1. Jane Birkin: actriz, modelo y cantante británica, célebre por su belleza y por su matrimonio con Serge Gainsbourg, cantante francés que escandalizaba con la sensualidad de sus composiciones. Son los padres de la extraordinaria actriz Charlotte Gainsbourg.
  2. Otto Man: personaje de Los Simpsons, el melenudo conductor del autobús escolar es un simpático adulto eternamente joven gracias a los efectos del cannabis y su actitud rockera.
  3. Louis Wain: pintor inglés presuntamente aquejado de esquizofrenia. Se dedicó a pintar gatos la mayor parte de su vida, sin embargo, en sus últimos años sus facultades deterioradas le hacían producir figuras psicodélicas de erizados felinos fosforescentes.