Hace 3 años la familia Gato y yo
instalamos el cubil felino en un acogedor barrio de Bogotá que está ubicado en
medio de una zona industrial con relativamente pocas avenidas y escaso
transporte público. La conmemoración del aniversario viene al caso porque en
los primeros meses tuve bastantes tropiezos para movilizarme entre nuestra
madriguera y mi sitio de trabajo.
El caso es que después de muchos
intentos con diversos recorridos del transporte público y distintos chascos con
los taxis (las infaltables discusiones con los caballeros del volante que “no
van por allá”, el billete falso que me dieron justo en uno de mis cumpleaños),
pude ajustar mi salida del trabajo con la única ruta que conecta uno y otra.
Cada noche, pasadas las 10 p.m. yo tenía la suerte de ser recogida por el
último colectivo, siempre conducido por un señor bastante mayor, de abundante
bigote y escaso cabello completamente blancos que me recordaba invariablemente
a Gepetto, el
carpintero que dio vida a Pinocho.
Al cabo de varias semanas de
tomar el mismo colectivo, el doble de Gepetto me invitó a viajar junto con él
en la cabina ya que allí iría sentada cómodamente y no apretujada entre los 58963258963145
pasajeros que usábamos esa ruta todas las noches. La invitación se volvió
costumbre y yo me integré al grupo V. I. P. (Very Important Pasajeras) del bus
de don Gepetto integrado por varias universitarias y una colegiala sordomuda
que había sido recomendada de manera especial por su mamá al señor.
Los viajes nocturnos hacia mi
casa se convirtieron en un divertido trayecto durante el cual la colegiala
monologaba ininteligiblemente en lengua de señas o Gepetto le coqueteaba a una
estudiante de la ECCI (quien no hallaba la forma de evadirlo mencionando cada
tanto lo maravilloso que es su novio) o me comentaba sus cuitas de la vida
diaria. Siendo un santandereano típico, Gepetto solía utilizar palabras
altisonantes que le daban floridos matices a su discurso. Entre un viaje y otro
resulté enterándome de algunos intríngulis de su existencia: que su hijo pasó a
la universidad, que la matrícula salía un poco costosa…
Las noches en las que yo no
viajaba en el Gepettomóvil solía presentarse un pequeño disgusto entre la
colegiala y el conductor ya que a ella le contrariaba que otra persona ocupara
mi puesto y por eso trataba de mantenerlo vacío a toda costa. Yo me enteraba la
noche siguiente por boca de él y me moría de risa con sus historias, adobadas
con las muecas de burla de ella, que algo alcanzaba a entender ya que se
sincronizaba con el relato para hacer sus silenciosos comentarios de
desaprobación.
Esta entrada es una especie de
homenaje a don Gepetto y un adiós a las compañeras de los sabrosos viajes de
cada noche. A partir de hoy lunes 1 de junio, la empresa Transmilenio toma el control de los buses del servicio tradicional de transporte, así que nuestro
querido cascarrabias ya no conducirá más la ruta C18 y –a sus setenta y pico de
años- tendrá que buscar otra fuente de ingresos para mantener a su familia y
pagar la universidad de su hijo.