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2021-05-06

ACOSO SEXUAL

 «Ni siquiera las mujeres quieren ser mujeres mientras nuestro arquetipo de femineidad carezca de fuerza, fortaleza y poder… El remedio obvio es crear un personaje femenino con toda la fuerza de Superman más todo el encanto de una mujer bella y buena.» (William Moulton Marston, creador del personaje de Diana Prince “La Mujer Maravilla”, 1944)

Amanecí pensando en el daño que el movimiento #MeToo les ha hecho a las relaciones entre hombres y mujeres.

Respecto a la desazón que me produjo el #MeToo, me ayudó mucho leer la carta con la que algunas intelectuales francesas respondieron.

Pienso que el feminismo francés y, en general, la cultura, las relaciones hombre –mujer, el concepto de acoso, el estudio del erotismo y tantos otros factores que inciden en este tema, lleva muchos años de evolución con respecto al norteamericano. Por eso ellas son capaces de poner en perspectiva las situaciones en las cuales la torpeza de un galanteo masculino incomoda a una mujer sin convertir dichas situaciones en delitos cuyos perpetradores deben ser expuestos y condenados a la pira (previa castración pública).

Las francesas han comprendido que el hombre es, por naturaleza, diferente a la mujer en cuanto a su funcionamiento genital/sexual. En esa medida, a ellos los gobierna su anatomía y lo que se debe entrar a reglamentar culturalmente es la forma como cada uno de ellos gestiona o resuelve las necesidades que dicha anatomía les impone.

No es que el hombre per se sea enemigo de la mujer, no es que su pene sea un objeto a odiar porque se pone erecto. ¡No! Esos son “accidentes” de la naturaleza que no hacen “intrínsecamente malos” a los hombres. Al respecto, pienso que las feminazis, cuando asumen la posición de odiar al hombre solo por serlo (por su biología), se asemejan a quienes piensan que los negros son todos delincuentes o a quienes pretenden que la obsoleta "ciencia" de la frenología es acertada. 

El problema no es la erección, el problema no es el pene. El problema es lo que hace ese hombre (un ser racional, que se sabe inmerso en un colectivo regido por ciertas normas de convivencia) con su pene erecto. El problema es cómo gestiona o soluciona ese hombre su erección perfectamente natural (y en ocasiones perfectamente inoportuna):

  • ¿Practica la masturbación en privado? ¡Bien por él! Allí no está dañando, incomodando y mucho menos acosando a nadie. 

  • ¿Busca a otro ser humano para negociar su descarga fisiológica dentro de las leyes de la oferta y la demanda? ¡También bien por él! (Esto, claro está, asumiendo que la prostitución se ejerciera de manera ideal: libremente, de manera justa y en condiciones ideales para la persona que la lleva a cabo como trabajo/transacción comercial).

  • ¿Ejecuta comportamientos seductores hacia su pareja, que le permiten llevar a feliz término un intercambio sexual gozoso para ambos? ¡Fabuloso! 

¿Vieron cómo hay maneras aceptables de gestionar una erección sin que se convierta en amenaza para la mujer?

Lo problemático viene cuando ese hombre pretende solucionar su tensión sexual imponiendo dicha solución a otra persona, utilizando sin consentimiento el cuerpo de otra persona (los debates sobre la zoofilia son especificidades muy importantes en las que no quiero entrar por ahora). Es allí cuando podemos hablar de acoso, abuso, violación, violencia, etc.

De la misma manera, rescato de la postura de las francesas, lo que tiene que ver con la posición de la mujer en todo esto. 

Las gringas del #MeToo ubican a la mujer como una víctima perenne e indefensa en toda situación que la enfrente con el apetito sexual de un hombre. Mientras que la carta de las francesas brinda a la mujer ese espacio de autonomía en el que puede decir “no” sin pretender la eliminación del receptor de su negativa.

Ello nos lleva de vuelta al lado del espejo en el que el hombre asume que la mujer como objetivo de su impulso sexual (de nuevo: sé que hay otras especificidades de elección de partenaire sexual en las que no me voy a detener aquí) es -con respecto a él mismo- un “otro” en igualdad de condiciones, otro sujeto de derechos a quien se le escucha y respeta su voluntad aunque esta vaya en contravía de la voluntad masculina.

Pienso que el texto de las intelectuales francesas debe ser leído para dar una nueva dimensión al tema de las interacciones entre hombres y mujeres. Estoy segura de que su lectura y comprensión sacarían de apuros a muchos machitos latinoamericanos y a las mujeres nos quitarían de encima la tensión de no saber cómo responder ante un galanteo que nos halaga pero del que no pretendemos que haya consecuencias. Como dicen las francesas en su carta: “La libertad que valoramos no está exenta de riesgos o responsabilidades”.


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